Existen instituciones que realizan usos desaprensivos de términos y discursos de la Psicología Comuntaria (PC) y de la Psicología Social de la Liberación (PSL). Esos usos no son inocentes, ni neutros: se desarrollan en un contexto histórico y político, bajo unas determinadas formas de relación de poder, y producen numerosos efectos que se multiplican y ramifican por entre diferentes dimensiones de lo individual, lo comunitario, lo psicosocial, o lo político y económico.
Instituciones y personas concretas sacan provecho de esos usos, y causan perjuicios a otras personas y colectivos que se encuentran en situaciones menos ventajosas de ejercicio de poder. Producen unas determinadas prácticas instituyentes, creadoras y destructoras de unas realidades y potencialidades individuales y comunitarias, de unas formas u otras de vida y organización social. Producen efectos de creación de subjetividades, de obediente disciplinamiento social, efectos de gobierno funcionales al injusto sistema hegemónico de relaciones sociales que es el neoliberalismo. Toda una compleja forma de biopolítica disciplinadora y expropiadora de vidas.
Esas prácticas y sus efectos resultan completamente incompatibles con los planteamientos de la PC o de la PSL , que propugnan desde sus orígenes una transformación social positiva y una liberación de estructuras sociales opresoras. Sin embargo, sus lenguajes y discursos son empleados por esos actores funcionales a lo hegemónico para tratar de legitimarse, sostenerse, y hasta promocionarse en un complejo entramado de relaciones de poder. Una suerte de relación parásita con efectos subsumidores que es necesario visibilizar para generar alternativas.
Desarrollamos estos planteamientos a partir de la cotidianeidad de una experiencia como profesor de PC en la Escuela de Psicología de la Universidad del Bío–Bío, Chillán (Chile), escuela que sus sectores directivos pretendían caracterizar por un presunto “sello social y comunitario”.